En el Israel de la antigüedad la sal era traída desde el Mar Muerto, pero había una sal que al contacto con otros productos químicos naturales a la intemperie se hacía amarga y no servía: esa sal era distinguida fácilmente por los comerciantes, quienes la separaban, pues ya no servía para consumo humano. Esta sal se esparcía por las orillas de los caminos para matar las hierbas que estorbaban el paso, esto es, una sal para muerte.
El evangelio que muchos predican hoy ha perdido su sabor porque, precisamente, tales cristianos han perdido su sabor. Y su “sal” es para muerte también. A los discípulos del Señor nos corresponde guardar la sal del Verdadero Evangelio. Guardémonos en el señor. Y que nuestro mensaje y nuestras vidas confronten el pecado.
Señor te damos gracias porque podemos entender a lo que te referiste cuando les dijiste a tus discípulos sois la sal de la tierra: somos la sal que preserva tus verdades a través de nuestro testimonio, esa sal que tú dijiste que era buena. Buenos son los cristianos que no se comprometen con el mundo, buenos son los cristianos que renuevan su mente, que cambian su conducta, que cada día se van renovando, que van quitando de su vida la envidia, el rencor, los pleitos. Buena es la sal, pero si la sal se desvanece no servimos para nada.El literal es cuando la sal se desvanece y pierde su sabor. El simbólico implica volverse un necio, enloquecer.
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