Jesús ha dicho que sus discípulos hacen lo mismo que la sal: conservar, guardar y preservar, cualidades aplicadas en este caso a las verdades eternas que se nos han depositado. Esta afirmación implica también que un verdadero discípulo no mancha su vida con inmoralidad o con fraudes, sino que se mantiene honesto e íntegro.
No se deben diluir las verdades del evangelio, necesitamos la medida exacta de la palabra de Dios para aplicarla en cada situación de la vida. Y sin embargo esa es una de las constantes del evangelio entre muchos cristianos de nuestros días: se ofrece un alimento impuro, sin sabor o demasiado salado, que no se puede comer, si alguien lo ingiere le hace daño.
Como la sal, el discípulo debe de conservar las verdades del evangelio. ¿Cómo? A través de su testimonio, de vivir y reflejar la palabra de Dios a los demás.
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